[Opiniones De Un Killer Sentimental]


Aparece Luis Sepúlveda [Ovalle, Chile, 1949] y arrastra los daños colaterales del autor 'noir' que se reencuentra, al filo de una madrugada, con sus viejos colegas. Saluda y se acomoda frente a un café tan negro y denso como el chapapote que, a estas horas, recogen los voluntarios en La Nora, una playa nudista que se divisa desde su casa, a las afueras de Gijón. Escucharle es un lujo que todos deberíamos permitirnos. Así, con la cadencia de quien da todas las batallas por perdidas menos la final, este apátrida chileno se confiesa. Como el rumor de las olas, del mar, cuando recuerda que ciertas realidades superan a la ficción. *

  «Mis abuelos eran españoles: él andaluz y ella vasca. La mayoría de sus amigos eran exiliados de esta zona. Conocía más de Asturias y su geografía que muchos asturianos. Cuando llegué en el 82 encontré lo que no había en Chile: un lugar que era mío».
   
    «Yo empecé 'Un viejo que leía novelas de amor' para hablar del exilio. Al protagonista le echan del mundo y se refugia en la literatura. Las novelas que lee el viejo son muy buenas».

    «Aún milito con Greenpeace de forma medio pasiva. Colaboro mucho con ellos. Soy cercano a la organización, pero no me siento plenamente identificado. Para mí lo importante no es vender camisetas».

    «Supongo que nos iría mejor si todos los autores nos mantuviésemos a pie de adoquín. Pero también es verdad que conozco a algunos. En Argentina hay gente de la talla de Mempo Giardinelli que sacrifica su precioso tiempo hasta para reemplazar a la Cruz Roja. Hay que jugársela».

    «Escribo para que mi gente sea más fuerte. Nunca pasaré a la historia de la literatura. Soy un autor marginal. Estoy al margen de premios. Nacionalizado alemán, pero sin escribir en su lengua. ¿Lo entiendes? Eso me mantiene a salvo de compromisos con el poder. Soy el último mohicano, un francotirador, pero no me quejo porque vendo millones de libros y mis lectores son gente como yo».

    «De aquel tiempo quedan fantasmas de bronca. Sé que quienes me torturaron están vivos y coleando. Pero sobre todo quedan los fantasmas de la gente  que fue destruida. Chile está esperando que alguien pida disculpas. Siempre me pregunto que cuál fue mi delito. Anmistía Internacional logró que conmutaran mi pena de 28 años de cárcel por el exilio. Las acusaciones eran traición a la patria, asociación ilícita y ataque a las Fuerzas Armadas. Yo era simplemente un joven chileno que cumplió, como miles de jóvenes chilenos, con un deber: hacer real un sueño, transformar la realidad chilena. Sueño con que Chile recupere la inteligencia».

* 'El Semanal', extracto de la entrevista de David Benedicte realizada el 27/07/2003. ¡Ayer!