[Comienza la 'compte à rebours']

[Registrador de la palabra]




¿Cuándo lo descubrió usted?
Bueno, a mí me tocó descubrir a Machado y su obra en la escuela. Pero si te digo la verdad, no me gustó mucho porque me parecía un poeta antiguo, pasado de moda. Andando el tiempo, un buen día me decidí a leerlo bien, de forma más completa y pausada, y me llevé una sorpresa porque me gustó mucho. Por ejemplo, mucho más que Juan Ramón, que había sido el poeta que más me deslumbró de niño. El caso es que Machado acabó gustándome más que el propio Juan Ramón. Encontré en su poesía una manera de expresarse que no tenía ningún otro.

¿Podemos decir que se trata de su mayor referente poético?
Sin duda. No es algo que diga yo. Ahí están los críticos.

¿Posee alguna primera edición o algún recuerdo del poeta?
No. Ninguna. Nada. No soy yo nada fetichista en ese sentido.

¿Cuál sería su poema machadiano de cabecera?
Muchos. Muchísimos. No te podría señalar uno.

Soria sin Machado o Machado sin Soria ¿serían lo mismo?
Yo creo que no. Es imposible separar uno del otro.

¿Cómo se dispone usted a vivir este centenario? ¿Tiene pensado algún tipo de homenaje personal?
Nada personal. No tengo ningún proyecto. Participaré en el acto que ha organizado en Soria la Biblioteca Nacional en homenaje al poeta. Poco más.

¿Ha estado alguna vez en Collioure visitando la tumba del poeta?
La última ha sido hace cosa de un mes. Me llevaron allí a un acto. Estar allí es algo estremecedor. Impone al visitante. Se trata de un lugar mágico.

¿Qué conclusión debemos sacar del trágico final que tuvo Machado?
Una conclusión lógica. El horror. Fue un horror. Una injusta pesadilla que le tocó vivir, por desgracia, durante aquel año, a mucha gente.

«Estos días azules, este sol de la infancia.» Sus dos últimos versos. ¿Qué le hacen sentir cuando los relee?
Me puedo imaginar el sentimiento de Machado al evocar el cielo y la belleza del paisaje de su infancia. Eso, unido al momento en que lo escribió, da una idea de la intensidad de aquel poeta en los últimos momentos de su vida.

¿Ha pensado en completarlos?
No. No podría. Es una cuestión de respeto.

Fueron hallados en uno de sus bolsillos, ¿le ocurre a usted lo mismo?, ¿apunta los versos que caza al vuelo?
Sí. Los apuntaba constantemente para que no se me perdiesen en la memoria. Más de uno de mis poemas ha sido escrito así, a ráfagas.

Machado habla de inquietud, angustia, temores, resignación, que el poeta debe cantar. ¿Lo comparte?
Sí, completamente.

¿Algo más que añadir?
El poeta debe recoger todos los sentimientos que vagan por su mente y espíritu para registrarlos. Al fin y al cabo, en eso consiste su labor. En ser un registrador de la palabra, de la poesía.




[El Club de los Poetas Vivos]


Con despliegue periodístico incluido. Aquí y aquí.

[Pic-Nic: una guerra como el Dios Pan manda]

SR. TEPÁN. —Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?
ZAPO. —¿Cuándo?
SR. TEPÁN. —Pues estos días.
ZAPO. —¿Dónde?
SR. TEPÁN. —Pues en esto de la guerra.
ZAPO. —No mucho. He matado poco. Casi nada.
SR. TEPÁN. —¿Qué es lo que has matado más, caballos enemigos o soldados?
ZAPO. —No, caballos no. No hay caballos.
SR. TEPÁN. —¿Y soldados?
ZAPO. —A lo mejor.
SR. TEPÁN. —¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?
ZAPO. —Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De todas formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.
SR. TEPÁN. —Tienes que tener más valor. Como tu padre.
SRA. TEPÁN. —Voy a poner un disco en el gramófono.




"PIC NIC" [Fernando Arrabal escribió la obra a los 14 años en 1946; primera representación en el Teatro Lutece de Paris en 1959; hoy se representa en los cinco continentes].




Pic-Nic, de Fernando Arrabal (Pique-nique en campagne, 1962), es una obra teatral muy breve que denuncia el absurdo de la guerra a través de personajes ignorantes e inocentes y el traslado al contexto bélico de las soluciones de la vida civil y cotidiana. Sería una obra cómica —que en ocasiones recuerda a Gila— si el final no dejara helado el optimismo.

Zapo es un soldado de trinchera, que se encuentra solo entre el fragor de las bombas y las ametralladoras. Cuando este se interrumpe, saca un jersey a medio tejer y lo continúa. Suena el teléfono de campaña, que traerá las órdenes del capitán sin que oigamos su voz. Zapo demuestra no estar al cabo de lo que se espera de él («Y las bombas, ¿cuándo las tiro? ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante? … No se ponga usted así conmigo, no lo digo para molestarle»).

Nada más colgar, recibe la visita de sus padres, los señores Tepán, dos personajes ceremoniosos y plenamente sociales: la primera frase del padre es: «Hijo, levántate y besa en la frente a tu madre». El padre recuerda la guerra en la que estuvo él (aquello sí que eran buenas guerras, con caballos y todo) y la madre da otra pista de los ojos con los que se quiere ver la situación al afirmar que sabe bien de qué color era el uniforme de los enemigos porque aparecía en sus juegos infantiles. A Zapo lo tratan como a un niño: se le dice que es de mala educación sentarse a la mesa con fusil y la madre lo examina y reprende por no haberse lavado bien. Se ponen a comer.


[El Rey del Mambo]

[Trucha a la sal]

Sólo puedo afirmar que escribo en verso por la misma razón que impulsa a la trucha a saltar, o al hombre gordo a anudarse una servilleta al cuello. No es sino cuestión de necesidad.


Del poema Auto-presentación, de Camilo José Cela. Incluido en Pisando la dudosa luz del día.

[¡Mooooooosquis!]

[Letraheridas sin cicatrizar]