[Reseña Sin Saña]



Lo primero que quiero mencionar de esta novela, que empecé a leer anoche, y que justo acabo de terminar hace unos instantes, es que su interior, la forma en que está escrita, es casi tan llamativa como su portada. El autor emplea una forma original de escribir. No emplea las mayúsculas a inicio de frase, no usa los guiones para indicar los diálogos...
Aparte de eso, he de decir que la novela está bien, es entretenida, pero no es uno de esos libros que calificaría de "extraordinarios". Se nos presenta un lugar mítico, el cielo "cristiano" por llamarlo de alguna forma, que nada tiene que ver con lo que hemos imaginado durante toda la historia. Se ha convertido en un reflejo de nuestro mundo porque Dios, cansado de llevar las riendas, de perdonar a todos los pecadores hagan lo que hagan, se ha refugiado en su enfermedad, el alzheimer. Los cuatro protagonistas de este libro buscan a Jesucristo, que desengañado y resentido con su padre, se esconde para no tener que reemplazarle en su labor.
El libro se va dividiendo en partes que corresponden a cada uno de los personajes, y el autor trata cada parte de manera distinta: en algunas, habla en tercera persona, en otras, en primera...
Una novela sin duda, original, con la que se pasa un buen rato.

Puntuación:

[¡Paren Máquinas!]

[TiraLíneas]

Poema extraído de 'Maremágnum 44'

[Sana Locura]

[Crónica De Un Infanticidio]


[Los Tocadores De Señoras]



[Retrato De Grupo Con Machad'Or]

[Guía Campsa En Hank Over]




[Otro De Los Nuestros]



CUANDO LE DIERON su pase de abordar
vieron que su maleta no pesaba nada.

Tuvo que abrirla y estaba vacía.
¿Por qué su maleta viene vacía?, le preguntaron.
No tuve tiempo de hacer la maleta, dijo.
¿Por qué la trajo si viene vacía?
No me gusta viajar sin maletas.
También su equipaje de mano venía sin nada
y lo revisaron con ayuda de los perros.
Lo observaron durante el vuelo: rubio,
casi albino, muy alto, ensimismado y tímido.
La azafata, al servir el almuerzo,
le preguntó de mala forma si iba a comer.
Asintió, pero sus brazos demasiado largos
le impidieron manejar los cubiertos,
no probó casi nada y pegó la cara al vidrio.
Había pedido asiento de ventana
y su vecino gordo se fijó en el gesto
que estremecía sus hombros:
el gesto de alguien que se sacude
una adherencia que lo agobia,
un tic entre pueril y arcaico.
Era evidente que sufría por la estrechez
y, apenas descubrió un asiento libre,
el gordo emigró, no soportando ese martirio.
Más tarde se apagaron las luces
y pidieron que cerraran las cortinas,
pero él no quiso, absorto en mirar las alas.
Tuvieron que llamar al oficial de segunda.
Me mareo, dijo, si no miro las alas,
o tal vez dijo me muero.
Fueron sus primeras palabras en el vuelo
y también las últimas. Al fin lo convencieron
de no perjudicar la oscuridad de la cabina.
Para que se durmiera le ofrecieron una almohada extra.
Lo hallaron muerto después de la película.

ÍCARO, poema de Fabio Morábito recogido en su antología poética Ventanas encendidas, publicada por Visor y altamente recomendable.


[Con noticias de Gurb]

[Papa Doc]


¿Haití? En pie, cuatro casas de madera,

dos ríos pálidos de melancolía

y, devenido en charco de sangre, un sol

cuyo oficio consiste en ser famélico

porque brilla mejor y peor a ratos.


¿Haitianos? ¡Ay, de rodillas y víctimas

perecéis sumidos bajo las ruinas

de una fatalidad precuaternaria!

¡Sufrís mis cachimbeos de Papanoel

vestido con traje y sombrero negros,

como esos sepultureros de western

que en vudú representan La Muerte!


¿Papa Doc? C'est moi. Soy el Voodoo King

que sobre escalofríos tristes camina

prolongándose en su penar gozoso.

C'est moi, le Docteur François Duvalier,

un magnicida de pobres en serie,

ejecutor de chiflados haitianos

con jauría incorporada (mis fieles

Les Tonton Macoutes sanguinarios)

y, aunque ya no cure vuestros dolores,

llameo cargado de grillos, de noches,

de cráneos por mi jardín esparcidos.


[...]


Leer el poema completo en Voces y miradas, el blog de Antonio Martínez i Ferrer.

Pinchar aquí.

[Pues Eso, ¡A Des-Tajo!]







[Bassi Stop]




XLSemanal. Es usted de los pocos que no se enfada cuando les llaman payaso, ¿cierto?
Leo Bassi. Evidentemente. Yo vengo de una larga tradición de bufones en mi familia. Mi padre, mi abuelo, mi madre, mi abuela, mi hermana... Todos nos dedicamos al teatro. Ser bufón permite poner un espejo deformante hacia el mundo serio. Estoy encantado de ser un payaso.
XL. Sin embargo, su imagen es la de estar siempre echando pestes. Dígame que es sólo un personaje.
L.B. Lo es. El problema con los payasos es que la gente siempre se toma en serio lo que ven en nosotros y se olvidan de que seamos simples caricaturas. Mi misión es transmitir esta imagen de loco que me acompaña. La gente se asusta al verme actuar así. Pero se trata de una creación. Una obra de arte.
XL. ¿Y cuánto hay del Leo Bassi real en ese personaje?
L.B. Poco. Digamos que es un Leo Bassi totalmente deformado.
XL. ¿Y cuándo se cabreó el verdadero Leo Bassi por última vez?
L.B. Hace muy poco. Con todo lo que llega de Gaza. No hay palabras en ningún idioma que puedan describir lo que se está viviendo allí.
XL. ¿Es utópico ser payaso, o bufón, en pleno siglo XXI o tiene más sentido que nunca?
L.B. Es utópico. Yo soy utópico. Todos en mi familia lo hemos sido desde hace siglos. Nunca hemos creado nada serio. Llevamos 160 años manteniendo la utopía de hacer reír. No hemos aportado nada constructivo.


[Reseña En Estado Crítico]







Orilleando

Ilya U. Topper


Cuando alguien te manda un libro suyo incluyendo petición o sugerencia de reseña, y te gusta, bien. Pero si no te gusta, estás en un aprieto. Hay quien optará por la vía suave y responderá que como no le gusta el libro, prefiere quedarse callado. Pero a mí siempre me ha parecido una manera poco honesta de escaquearse de la responsabilidad asumida al meterse en esto de la crítica literaria (y no importa si uno se gana el pan con este oficio o simplemente tiene un compromiso voluntario con los lectores). Otra cosa son quienes se dedican a recomendar libros, pero como tuvimos que aclarar más de una vez en largos debates, que a veces adquirían cierto pH de acidez, Estado Crítico no recomienda libros sino que reseña novedades. Cuáles de entre las muchas que existen en el mercado depende necesariamente de lo que Cristina Peri Rossi

Desde luego no me he tirado este rollo para luego decir que el libro que nos ocupa hoy me encanta. No, no, sospechan bien, se trata de una especie de nota disculpatoria previa. Calibré un momento si dejar el libro de lado por insignificante, pero no es insignificante: su autor, David Benedicte, tiene tres novelas en el mercado, una de ellas (Travolta tiene miedo a morir) premiada con el Francisco Umbral de novela, éste es su segundo poemario. Un poco de respeto, pues. Y respeto quiere decir reseña.

De entrada, me habría encantado que me encantara el libro. La portada –dos niños desnudos en la playa, todo un atrevimiento o una llamada a la resistencia ante las olas de puritanismo que amenazan con desbordar en algún momento los países allende los Pirineos e inundar el Sur– me gusta. La contraportada, también: este poema de prueba, esa historia de amor entre una sirenita feliz como una langosta y un garboso bacalao tiene un algo de Gloria Fuertes y una reminiscencia de Joachim Ringelnatz que me toca singularmente (algo infantil en la acepción más bella, más lírica de la palabra). Me lanzo al resto del libro como un crío al agua. Y parece fresquita.

Un 'haiku' acertado para empezar, algunos hallazgos en ese tono satírico-refrescante (cual novio ficus / recién plantado; la poesía: flotador / de papel mojado; melancohólico...) argumentos intrigantes, desde luego: un surfista ahogado que tararea "La Cumparsita", un 'playboy' que descubre la poesía... El libro promete. Pero luego la sensación es que uno, por mucho que bracee, sigue quedándose en el agua poco profunda, como ocurre en esas playas familiares que todos odiamos; siempre en la orilla de la lírica y sin opción de sumergirse de verdad. Resulta que también el tono de ternura se pierde: abundan las descripciones más bien ácidas de la fauna humana playera, atestadada de "guirilandeses" (concedo: un gol idiomático).

Hay un juego en estas páginas: se retoma varias veces la muerte del surfista, aparecen versos sueltos de otros poemas en piezas posteriores, poco a poco se va tejiendo una red de imágenes y personajes. Me gustaría que me gustara. Sólo que no me convence. No me convence que casi todos los versos del libro consten de una o dos, máximo tres palabras. La poesía es saber dónde cortar una frase, pero si se cortan todas las frases por el mismo patrón, acabarán asemejándose al perejil para la ensalada. Y eso de leer los menús de los chiringuitos como si de poesía se tratara es un juego al que nos hemos dedicado todos, pero no todos lo hemos publicado.

Al final queda la sensación de que los hallazgos, las palabras atrevidas (medianochea / en la cala), las imágenes certeras, la mirada capaz de atribuir sensaciones, voluntades, intenciones (incluso aviesas) a objetos tal vez no tan inanimados (el aparato de aire acondicionado, la cámara digital, todos estos “actores secundarios” (apunten otro gol), se ahogan en un griterío de playa familiar que nos estropea la lectura.

Hay quien rechaza reseñar libros de autores vivos, patrios y cuyas obras no le gusten, por miedo a que le retiren el saludo la próxima vez que se crucen en la calle, a que le lancen miradas asesinas en la próxima convención de literatos o incluso, quién sabe, a que le tiren el cubata a la cara. Soy consciente de correr cierto riesgo con David Benedicte, porque resulta que nos gustan las mismas playas, y por mucho que yo viva en las puertas de otro continente no es de descartar que nos crucemos este mismo verano por las calas del Cabo de Gata y me diga cuatro cosas. Sólo me queda un consuelo: dado que a los dos nos gustan las playas nudistas, al menos hablaremos a calzón quitao.

[¡Pim, Pam... Pombo!]




[Poeta Callejero]


[Desencanto Del Cisne]

[¡Llegan las novelas avecrem!]

[¿Quién pone candados al agua?]