[Odio Y Amor]



Tras leer “Tiempo muerto para Alí”, de David Benedicte, he vuelto a recuperar sensaciones que creía ya olvidadas. He vuelto a sentir aquella explosión vertiginosa, imparable,  de ascenso in crescendo y descensos súbitos, que percibí al leer, por primera vez, “Viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Celine. Aunque Benedicte es un Celine actualizado, moderno y profundamente español. Con un conocimiento excelso del castellano, incluso cuando inventa palabras que otorgan al mensaje mayor clarividencia e impacto en el lector, despliega Benedicte un dominio abrumador de la metáfora. Poeta hasta el hueso descarnado y de enconado alumbramiento, impele a su narrativa, a través de un tiempo presente, un ritmo frenético, furiosamente eufórico o descoranozador, que apenas deja un gramo de aire que respirar a un lector, casi demolido ya, ante el peso de la decadencia de la sociedad que habita. La que nos cuenta David, enfrentándonos a ella, como un maldito espejo del horror. Pasiones desaforadas sobre esa loca montaña rusa que constituye el Ser humano. Odio y amor. Esperanza y escepticismo. La jaula dentro del corazón o esa sístole que patea la puerta con todo el coraje de la ansiada libertad. Es curioso que el único personaje de esta novela que se siente libre sea una gaviota que está anclada a una fotografía en blanco y negro de un puerto marroquí. Toda una delicia para el lector es único capítulo escrito en primera persona y en el que una gaviota humanizada nos muestra nuestras virtudes y defectos, nuestra codicia y bondad, nuestra capacidad de amar o aferrarnos con los dientes al excitante sabor de la extinción. Los demás capítulos de la novela están escritos en tercera persona, pero, a veces, aparece la primera o la segunda, enhebrados con la aguja sutil y la perfección de un sastre. Apenas lo percibe el lector, embrujado por un discurso que lo hechiza a golpes inesperados, sorprendentes, noqueadores.

   ¡Qué pedazo de novela “Tiempo muerto para Alí”! Una ciudad, Madrid, sombría, de pieles coloridas y desolladas. Un barrio decadente, antesala de la cocina del infierno, jaula departamentada para los nadie. Una familia de inmigrantes, moracos sin identidad, aferrados al odio y al sueño de la yihad; una familia de ensoñaciones en privado y una vida virtuosamente fanática fuera del sueño con las huríes en soledad. Un adolescente que decide inmolarse para contener su rabia, que se siente culpable por todo y decide suicidarse para pedir perdón, que se odia por solo saber odiar, que no sabe quién es ni a qué ha venido y al que nada le importa adónde va. Una perra, Sharapova, que corre y corre furibunda y ladra furiosa al horizonte como si buscara la puerta de la jaula para escapar, pero permanece sumisa con la esperanza de que vuelva su dueño y le ordene su qué hacer, su perra predestinación. Y un policía, metáfora de la justicia, con tantos problemas a la espalda que se dobla impotente y pierde el norte hasta la más brutal humillación, incapaz de reaccionar ante su propia, desmedida confianza. Una novela bestial, que impacta y te obliga a reflexionar sobre nuestro modelo de civilización. Una novela intrépida y original. Tan lúcida como escéptica. Tan golpe bajo como sagaz. Una novela con el sello inconfundible de su autor, David Benedicte, uno de los escritores más curiosos y sorprendentes del actual panorama literario español.

Por Francis Vaz