[El día que fui chico de portada]

En abc.es, ni más ni menos.
Que se vayan preparando en 'Interviú'.




Es curioso. Ocurre en el Día del Holocausto
y del aniversario de la liberación de Auschwitz.

Como dice un amiguete:

«Ojalá los millones de becarios y desempleados
vean la luz
a través de la polipoesía».



[Beca Guggenheim]




Tendieron
en su frente

alambre de espino
alambre viejo
oxidado rojo oscuro
una maraña de remiendos
y envolturas
y pinchos metálicos.

El pequeño Oskar
estaba
completamente
desnudo

y su cuerpo

rociado

con el contenido de un bote

de lubricante

que se había derramado.


Luego ya sólo

hubo cansancio

un cansancio tan grande

parecido a un pozo profundo

que los prisioneros creyeron que estaba inconsciente

mientras lo percibía todo

y se daba cuenta con asombrosa claridad

de que se estaba muriendo.


Entonces recordó

cosas aquel

niño becario que iba para kapo

cosas que

posiblemente

no le habían ocurrido nunca.


Nunca.


[K.O.]



Marciano nunca tuvo muy claro qué hacer en esta puta vida. ¿O era en la otra? Da igual. Su cabeza de hombre cabal quedó diseminada por cada ring frecuentado como prometedor púgil a lo largo de su maldita juventud. Noqueado en más de cien ocasiones, llegó a escribir de él algún cronista deportivo que sus sesos de encajador implacable se desperdigaron por toda Cuba a base de sucios izquierdazos y amargos knock-outs. Marciano despertó una noche bajo los efectos de una dimensión paralela, le costó incorporarse de la camilla de masajes tanto como si ya estuviese muerto y boqueó una frase ininteligible antes de lanzarse a vomitar una riada de sangre dulce y pálida. Marciano había resistido nueve infernales asaltos por una bolsa insignificante: doscientos pesos netos y el derecho a recibir asistencia médica con oscuras garantías. Por eso camina ahora sin rumbo por ese universo de locos que es La Habana. Marciano es la sombra de un peso welter resignada a reproducir estatuas tristes. Arrastra en su languidez unas espaldas tan castigadas que lo obligan a recogerse. Y esquiva los derechazos certeros que le envían desde el interior de su roto cerebro esos eternos aspirantes con mirada de esclavo loco. Ocurre en el ensordecedor griterío de un cuadrilátero de fábula. Al comienzo de una gran velada.


Paul Auster & Paul Auster


¿Sabían ustedes que Paul Auster no es Paul Auster, o sea, que hay dos Paul Auster pululando por ahí? Cuesta diferenciarlos, eso sí. Nacieron ambos en Newark, Nueva Jersey (EE.UU.), el mismo día y a la misma hora de hace 62 años. Miden cerca de 1,80 centímetros y, aparentemente, no hay nada que los distinga. Aparentemente. En realidad, el segundo trabaja para el primero, a sueldo de la editorial neoyorquina donde trabajan ambos. Y acude a recibir premios en su nombre y se ocupa de las entrevistas. Hoy está aquí, en León, recogiendo el premio Leteo en nombre del primero. Así me lo confesará en tan sólo unos segundos, a partir de la primera pregunta, la misma que están a punto de leer. Comparte este Paul Auster de pega con el ‘verdadero’ Paul Auster una mirada profunda, que parece ‘ficcionalizarlo’ todo a su paso. Y la misma voz áspera y modulada. Y las mismas buenas maneras de neoyorquino tenaz. Eso que en Brooklyn llaman ser cool y aquí no es más que casticismo ilustrado. Ambos, Paul Auster y su clon, beben té y fuman puritos holandeses (no en vano el primero escribió los guiones de Smoke y Blue in the face). El falso Paul Auster viaja, además, en compañía del clon de la imponente Siri Hustvedt, la mujer del escritor, también novelista. La doble de Siri es alta, rubia y permanece embutida en un costoso abrigo a las puertas del parador donde ambos están alojados. La historia parece digna del ‘verdadero’ Paul Auster. O de un relato de Stephen King. O de un episodio de Ley y orden. O de un capítulo de Expediente X. Juzguen ustedes. Yo me limito a apretar el rec.

[Reseña en el 'ABC']




Aquí queda esto. En el 'ABC', edición papel e internetera. Ni más ni menos. Y no me resisto a meter aquí, a cascoporro, el mensaje que me ha mandado un grandísimo colega al enterarse de la existencia de este pedazo de reseña. Ahí va:
Sí señor, mientras quede una llaga donde meter el teclado ahí estarás, haciendo amigos entre el gremio de almas de viento y pompas de jabón (pobre Hesse), provocando respingos entre la comunidad de lectores matutinos del ABC en todas las cafeterías Nebraska de este mundo y dejando a la judería internacional perpleja en sus bunkers de Tel Aviv y Manhattan, pensando que deberían sentirse ofendidos aunque no terminen de tener muy claro por qué.

En la segunda entrega que tanto ansío ver en formato pequeña joya literaria, les tocará a los playeros incondicionales, a los veraneantes sin papeles, a los escapistas urbanos y a los magos de Oz tras las cortinas. Para la tercera entrega, no descarto que los espíritus de Góngora y Quevedo hagan las paces y se vayan a recitar serventesios psicofónicos bajo tu balcón. Qué grandes momentos nos aguardan.

Enhorabuena, Bene, parece que la cosa sigue sonando. Y compartes párrafo con Adorno, eso no lo puede decir todo el mundo.

PD: Otro terrible dolor de cabeza el sábado. Sospecho ahora de las cervezas japonesas.


PPD: Te recuerdo que dijiste el viernes que tenías ya otra novela rondándote las meninges. A por ella, que estoy deseando volver a mi faceta de lector crítico.


PPPD: Y un abrazo.

Otro me ha venido con esto. Pues eso. Que no hay nada como los amigos para que maticen esas cosas que uno nunca ve. O que no quiere ver aunque las tenga delante, qué coño.

Enhorabuena a los premiados... Por cierto, ¿no te preocupa que tu libro guste tanto a la 'derecha'? Un abrazo desde la izquierda (dentro de lo de derechas que somos todos).




[Graham Bell Resurrection]





Otra de esas 'frikadas' que al pobre juntaletras le toca padecer.

¡Qué maravilloso es el mundo de la publicidad!

Aunque leído ahora, tiempo después, creo que la cosa tiene su gracia:


Mi nombre es Bell, Graham Bell, Alexander Graham Bell. Con equis, be y hache intercalada. Mi apellido os sonará por mis dotes de eminente logopeda. Aunque imagino que muchos me conoceréis porque fui precursor de la invención del teléfono. Repito: teléfono. También del telégrafo, del fotófono, del fonógrafo, de los hidroalas y del detector de metales.

¿Eh? ¿Cómo se os ha quedado el cuerpo? Las cosas me fueron más o menos bien hasta que una anemia perniciosa se cruzó en mi camino y me llevó dentro de un ataúd a seis metros bajo la falda de un monte en Nueva Escocia. Dejé una viuda y dos hijas, Elisa May y Marion, a las que nunca he vuelto a ver. Una historia que acojona un poco, ¿eh?

[¡Aaaaaaaaaamén!]

Tras el éxito de público, llega ahora el de crítica. Luis García Jambrina en el 'ABC de las Artes y las Letras'.
«He aquí un libro de poesía que consigue reflejar, de una manera distinta, la triste actualidad.»
Ahí es nada. Esta Biblia ilustrada se sale. ¿Que no?