biblia
le quitas los derramamientos
de sangre
de vino
o de santidad
y los milagros
como el de los peces
como el de las bodas
o como el de los fiambres revividos
lo que te queda es un relato de Raymond Carver.
«El modelo de la foto soy yo. Tenía la imagen en la cabeza y un día me decidí y, gracias al autotemporizador, me saqué esta instantánea, con el propósito de saber si soy capaz de crear una imagen publicitaria con mis propios medios.»IKER AZKOITIA ANTÓN. 19 AÑOS. LEIOA (VIZCAYA)
No nos permiten envejecer en esta ciudad; estropearnos penas, pero a cambio sí que nos otorgan un don, el de la belleza eterna, en pago a tan sádica determinación (y aquí, dando ejemplo, me tienen: ¡soy el de la foto adjunta!). Imaginen ahora, por favor, si es que pueden, un lugar sin arrugas en el que nadie pueda contemplar frente a un espejo los arañazos que todo calendario inflige a los ancianos. ¿Lo tienen? Pues eso es Monina d´Or. La capital de provincias en la que todos, desde su abotoxizado donjuán oficial hasta El Mismísimo (Nuestro Señor Dorian Gray), todos digo, hombres, mujeres, niños, perros, gatos, vivimos para gustar (y ser degustados). Es por eso por lo que, en el fondo, soñamos con ser feos. Yo mismo daría mi crema hidratante por contar con motivos de sobra para entrar en un quirófano en pos de una rinoplastia. Me paso las horas muertas imaginando que un día, de la noche a la mañana, mis abdominales transmutan en barriga cervecera o mi cabellera, en alopécica pampa. Me va la vida en ser feo, pavorosamente feo; deforme, gordo, desdentado, narigudo; feo; y estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de serlo. Lo intento hoy con un método nuevo. Confío en que dé resultado. El centrifugado va aparte.
Si no brota de ti a borbotones a pesar de todo, ni lo intentes. A menos que te salga por voluntad propia del corazón y la mente y la boca y las entrañas, ni lo intentes. Si tienes que permanecer horas sentado mirando la pantalla del ordenador o encorvado sobre la máquina de escribir en busca de palabras, ni lo intentes. Si lo haces por dinero o la fama, ni lo intentes. Si lo haces porque quieres mujeres en la cama, ni lo intentes. Si tienes que sentarte y rehacerlo una y otra vez, ni lo intentes. Si quieres escribir como algún otro, olvídalo. Si tienes que esperar a que salga de ti con un rugido, entonces espera tranquilo. Si no llega a salir de ti con un rugido, dedícate a otra cosa. Si primero se lo tienes que leer a tu esposa o a tu novia o a tu novio a tus padres o quienquiera que sea, no estás preparado. No seas como tantos otros escritores, no seas como tantos miles de personas que se llaman escritores, no seas soso, aburrido y pretencioso, no te dejes consumir por el narcisismo. Las bibliotecas del mundo se han dormido de aburrimiento con los de tu calaña. No lo empeores. Ni lo intentes. A menos que te salga del alma como un cohete, a menos que creas que la inactividad te llevaría a la locura o al suicidio o al asesinato, ni lo intentes.
Tendieron en su frente alambre de espino. Alambre viejo. Oxidado. Rojo oscuro. Una maraña de remiendos y envolturas y pinchos metálicos. El pequeño Oskar estaba completamente desnudo y su cuerpo rociado con el contenido de un bote de lubricante que se había derramado. Luego ya sólo hubo cansancio. Un cansancio tan grande, parecido a un pozo profundo, que los prisioneros creyeron que estaba inconsciente mientras lo percibía todo y se daba cuenta con asombrosa claridad de que se estaba muriendo. Entonces recordó cosas aquel niño becario que iba para kapo. Cosas que, posiblemente, no le habían ocurrido nunca. Nunca.
Aquí estamos otra vez ensombrecidos por la oscuridad del cielo negro de Brandeburgo. Venimos agrupados de dos en dos. La eterna pareja hombre-hombre. Surgimos de la nada que rodea las verjas de este lugar. La Muerte nos arrastra sobre la grava a docenas. O a cientos o a miles. Somos demasiado numerosos como para contarnos. Motivo por el cual atravesamos el amplio arco de entrada de esta oficina estrechamente apiñados. Como un único cuerpo que ha caído muy bajo y tristes al caminar nos consolamos.
Nuestra ansiedad ahora grita solitaria como algo que obecece y permanece callada. Nos incorporamos como asustados. Estamos muy delgados y vamos vestidos a la moda. Se nos ve tranquilos a todos se nos ve tranquilos y esa tranquilidad es lo importante. Logramos oír, afinando el oído, débiles gemidos. Qué vulnerables parecemos. Sin embargo, no sentimos dolor. No sentimos nada pese a que tenemos un motivo de queja. La melancolía. Aquí estamos otra vez, yendo y viniendo. Nos contemplamos muy despacio con cierto afán. Como si lo nuestro fuera un reencuentro al cabo de los años. ¡Continuemos con los pasos y con las palabras! Viviríamos, sí, mañana mismo, en cualquier sitio a las afueras. En cualquier sitio. Menos aquí. En Sachsenhausen.
Góngora, Shakespeare y Goethe; de T.S. Eliot, Wallace Stevens y Ezra Pound; de Baudelaire, Rimbaud y Cavafis, Blas de Otero y David Benedicte.
“Lo importante de mis poemas es que puedan ser entendidos aunque no se conozcan las referencias que incluyo, igual que yo disfruto un poema de Góngora o Dante lleno de referencias que yo no poseo, no por eso el poema deja de imponerse”.
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“Lo importante de mis poemas es que puedan ser entendidos aunque no se conozcan las referencias que incluyo, igual que yo disfruto un poema de Góngora o Dante lleno de referencias que yo no poseo, no por eso el poema deja de imponerse”.
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“Lo importante de mis poemas es que puedan ser entendidos aunque no se conozcan las referencias que incluyo, igual que yo disfruto un poema de Góngora o Dante lleno de referencias que yo no poseo, no por eso el poema deja de imponerse”.
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"Espanis Sico. Poesía del horror. Brutal y emocionante. En tiempos de lo políticamente correcto David Benedicte destruye lo correcto y lo político. Un guiso de plantas carnívoras." (Ángel Fernández Fernández)