«Aún milito con Greenpeace de forma medio pasiva. Colaboro mucho con ellos. Soy cercano a la organización, pero no me siento plenamente identificado. Para mí lo importante no es vender camisetas».
«Supongo que nos iría mejor si todos los autores nos mantuviésemos a pie de adoquín. Pero también es verdad que conozco a algunos. En Argentina hay gente de la talla de Mempo Giardinelli que sacrifica su precioso tiempo hasta para reemplazar a la Cruz Roja. Hay que jugársela».
«Escribo para que mi gente sea más fuerte. Nunca pasaré a la historia de la literatura. Soy un autor marginal. Estoy al margen de premios. Nacionalizado alemán, pero sin escribir en su lengua. ¿Lo entiendes? Eso me mantiene a salvo de compromisos con el poder. Soy el último mohicano, un francotirador, pero no me quejo porque vendo millones de libros y mis lectores son gente como yo».
«De aquel tiempo quedan fantasmas de bronca. Sé que quienes me torturaron están vivos y coleando. Pero sobre todo quedan los fantasmas de la gente que fue destruida. Chile está esperando que alguien pida disculpas. Siempre me pregunto que cuál fue mi delito. Anmistía Internacional logró que conmutaran mi pena de 28 años de cárcel por el exilio. Las acusaciones eran traición a la patria, asociación ilícita y ataque a las Fuerzas Armadas. Yo era simplemente un joven chileno que cumplió, como miles de jóvenes chilenos, con un deber: hacer real un sueño, transformar la realidad chilena. Sueño con que Chile recupere la inteligencia».