[¡Prologando Voy!]








Hay amores que matan.

Coja usted un gorrión pequeño, métalo en una jaula y sáquelo a la terraza.

No necesitará alimentarlo. Lo hará su propia madre hasta que el animal tenga la edad de salir del nido.

No obstante, si la jaula no se abriese, ella misma acabará por envenenarlo.

Pregunte ahora, si tiene valor para hacerlo, qué es Poesía.

Pregúntelo.

Pero luego, salga volando.

Haga el favor.

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A uno lo que le gustaría es ser ese gorrión envenenado para posarse, aunque fuera unos segundos, en la mente del Antonio Martínez i Ferrer que pasa sus días aislado en una barraca dalinianamente tuneada en Aguas Vivas. En ese mismo refugio de Alzira que comparte con su mujer, sus perros, sus gatos, sus naranjos, sus hijos, sus nietos, sus amigos y el torrente de estrepitosos colores que inunda a cada instante, de eso sí que estoy seguro, sus pensamientos. Del Antonio Martínez i Ferrer que se alimenta sólo de metáforas como si fuesen helados de vainilla y chocolate. Del Antonio Martínez i Ferrer que acostumbra a anotar sus versos en trozos de papel que después archiva y clasifica tan escrupulosamente como si fueran diamantes. Del Antonio Martínez i Ferrer que estuvo en un tiroteo llamado Tardofranquismo y combatió, desde las trincheras del Offset, a las fuerzas de caballería del Generalísimo Diablo. Del Antonio Martínez i Ferrer que fue obligado a abandonar a su familia, dejando atrás un reguero de desilusiones con «la angustia de las esperas y el miedo», para ir al encuentro del Socialismo y de la Libertad.

A uno lo que le encantaría, repito, es enredarse un rato en las soledades fulgurantes del Antonio Martínez i Ferrer que presiente poemas que en ocasiones hablan de Lucha y Heroísmo.

Porque debe ser ahí, en ese momento preciso en que sus versos descienden de la variable nubosidad valenciana, donde aparecen las respuestas. Donde uno encuentra soluciones para lo que aún está por hacer, por decir, por liberar.

Porque a todos, sin excepción, nos acaba llegando la hora de sacar la basura.

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Asombra comprobar de qué pasta están hechos los sueños. Sobre todo los que tienen los poetas cuando, más o menos rejuvenecidos, cumplen 73 años. Alucinaciones esbozadas a partir de sus mejores y peores recuerdos. Evocaciones que, como los ‘flash-backs’ del cine mudo, se presentan sin avisar para cobrar así las facturas atrasadas.

Es la vida, con su tiempo sosegado y, a menudo, fatal. La vida, que de pronto tiene un argumento y empieza a parecerse a una película con final feliz.

A uno lo que le gustaría es mudarse de sueños. Cambiar los suyos por los de Antonio Martínez i Ferrer.

Me instalo en el asiento trasero de un vagón desvencijado. Gira hacia mí la cabeza y me saluda efectuando con dos dedos alzados la señal de la victoria. Miro con orgullo a los ojos del Antonio Martínez i Ferrer que está a punto de abandonar España con dirección a Francia. Y entonces entiendo. Veo en su mirada que el poeta realiza hazañas como ésta con el mismo ímpetu con que administra sus versos. Con la misma intensidad que le pone a todo lo que hace. Ése es su excepcional saldo.

Antonio Martínez i Ferrer es un gorrión tenaz que, cuando ha logrado romper los barrotes de su jaula, vuela. No le queda otro remedio que volar.

De hecho, acciona el contacto. Conecta la radio. Los pilotos del encendido me parecen hermosos reflejados en su sonrisa. Algo me dice que estoy soñando. El cielo es verde, nuboso. Hay una irreal calma chicha en el Mediterráneo. Y el Antonio Martínez i Ferrer que perfila este sueño sólo cuenta treinta y pico años.

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De niño, y no tan niño, pensaba que existiría en un oscuro rincón de este mundo un tipo tan inmensamente rico, tan exquisito, que adquiriría estrellas del mismo modo que el resto de los mortales compramos otro par de calcetines nuevos.

De una forma sencilla, natural. Sin más trámite que valorar su precio. Atesoraría constelaciones como si fueran productos de primera necesidad. Valoraría el universo con un precio de venta al público. Sin iva incluido. Fantaseaba de niño, y no tan niño, con esa estúpida idea. La de que existiese alguien así, una especie de elegido enfundado en un mono azul celeste y armado con una sonrisa de dios. Moviéndose, con total parsimonia, entre montones de estiércol.

Aún no sabía nada de Antonio Martínez i Ferrer. Del mismo Antonio Martínez i Ferrer que fabrica radiantes universos a partir de una rara combinación de maravillosa escritura y profunda empatía.

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Está usted a punto, afortunado lector, de adentrarse en las entrañas de un poemario de alto contenido moral. No es lo frecuente. Por eso le recomiendo tomar aire antes de contar en voz baja hasta cien, o de pertrecharse con herramientas idóneas para afrontar todos los vericuetos de su lectura. Es más fácil de lo que parece. Sobre todo si es su intención asomarse al abismo que explaya, desde el primer al último verso, Antonio Martínez i Ferrer en una Poesía que surge como lo haría un mar encrespado en una noche de invierno, allá donde «el dolor es una multitud.»

Basta con hacerse unos arneses para el alma. No necesitará más.

'Contraventanas' es una obra de una belleza austera y auténtica; en cada palabra, cada imagen, hay tanta humanidad y compasión como para salpicar todos los rincones del mundo.

Sólo él nos delata.

Sin tongos ni diptongos.

Las 'Contraventanas' de Antonio Martínez i Ferrer nos protegen de fríos exteriores. Climatización de plástico para las entrañas de cada cual cuyos versos han sido engarzados, tan feliz como violentamente, desde el otro extremo de la poesía endecasidosa, metaforicorrupta, heptanatoriada, líricadente.

Los cristales de las 'Contraventanas' de Antonio Martínez i Ferrer no se lavan con Bosque Verde ni con cualquier otro limpiador multiusos, sino con el líquido destilado de la pureza de los hombres, de los pájaros, de los nidos, de las nubes, de los mares.

Hay que haberse comido muchos marrones para soñar con mendigar locuras «en el lugar / donde la lágrima / complace las esperas.»

Y Antonio se los ha comido.

Dignidad. Es su poesía una lección de dignidad que parte del compromiso. El compromiso con la propia obra. Porque al poeta no hay que pedirle aires de santidad, ni un certificado de sanidad, ni limpieza de sangre.

Basta con que sea digno.

Y Antonio es un hombre digno.

Eso es lo importante.

Más si sumamos a ese hecho el que sea un gran poeta.

Sin tongos ni diptongos. Aunque repleto, eso sí, de ventanas con visillos de soñar: «el único remedio / –para el cáncer– / de los días sin nombre.»


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Hay amores que matan.

La hembra del jilguero construye un cuidado nido de raicillas, hierba y musgo, revestido con lana y pelusa.

Cada uno de ellos es una pequeña obra maestra, tan pequeña que, con frecuencia, es difícil de encontrar, a no ser por la alarma de los pájaros cuando nos acercamos.

Eso, precisamente eso es Poesía. Ese piar chirriante y amedrentado «en la savia de una nube / con forma de roble».

En el lugar donde «se cuelga la ansiedad; / alas de ruiseñor / de canto invisible / y dolor en la mirada. // Me has encontrado.»

Gracias por haber hecho caso omiso a la orden del principio de este prólogo.

Gracias por haber llegado hasta aquí.

Gracias por habernos encontrado.

Ahora sí.

Comience a leer 'Contraventanas'.

Salga volando.

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