[En Revista Tarántula]



Reseña de Javier Cristóbal

Siempre he creído que es una determinada mirada la responsable de engendrar el misterio de la poesía. Una educación de la sensibilidad, una perseverancia en la indagación, una conjunción de estados mentales y situaciones que permiten a la inteligencia regresar de su propio abismo con algo más que palabrería alucinada. Cuando se consigue habitar ese estado de gracia, el lenguaje deja de ser máscara para convertirse enrevelación. Y entonces ya no tiene sentido hablar de la técnica porque se hace patente la absoluta necesidad de la palabra precisamente en aquello que tiene de verdadero.
Esto es más o menos lo que me sucede leyendo el delicioso poemario de David Benedicte, “Maremágnum 44”. Puedo imaginarme a su autor habiendo encontrado ese lugar de acuerdo esencial con las cosas en el que la inteligencia queda librada a un descubrimiento gozoso del mundo, sin perder por ello su filo de peligro.
.16:32
44º
en el exterior
cuatro
y media
de la tarde
niño
con pelota
en el patio
¿por qué?
Puedo imaginármelo como un replicante tumbado en una playa no demasiado concurrida que repite las palabras de Roy Batty, “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión… He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser…”
mientras deja que el verano y el mar hagan su trabajo templándole los nervios; el mundo, por supuesto, sigue siendo una cosa de locos, pero una cosa de locos cojonuda si el escenario incluye encontrase en posición decúbito supino dejándose acariciar por el sol de las últimas horas del día.
pulcritud
He visto
a adultos
mentalmente
sanos
pasar más
tiempo
adecentando
y extendiendo
la esterilla
playera
que el que
dedicarán
durante el resto de sus días
a velar por
los derechos
y deberes
civiles
de sus primogénitos.
Entonces es el momento de la perplejidad gozosa. De la conciencia del absurdo que lejos de hacernos desesperar nos reafirma con una sonrisa en la existencia. El cuerpo, en su propio deleite, en su absoluta comodidad, ha desaparecido, y deja que la mirada se emancipe y penetre en la realidad haciendo diabluras, a la vez que se observa a sí misma.
Sin duda es un momento mágico. El momento de la epifanía que aparece exactamente por no haber sido perseguida.
génesis
niño
muy niño
acuclillado
inspecciona
a insecto volador
que flota en el agua
de la piscina
insecto volador
muy insecto volador
acongojado
acecha
a niño
evidencia
ese cruce de miradas
el secreto de la existencia.
Ahora bien. No crean que basta con embadurnarse de crema protectora, depositar las carnes en la arena y esperar a que se vayan abriendo grietas en lo cotidiano para atrapar la maravilla. Para eso, amigos míos, hay que ser poeta. Poseer esa rara cualidad que te permite disparar en el centro del mediodía.
Y a estas alturas ustedes ya saben que el señor Benedicte posee una envidiable puntería.