[El Club De Los Poetas Andantes]

 

En 1891, después de haber coronado montañas, rutas y senderos que nunca podremos siquiera imaginar, la rodilla del viejoven Rimbaud se inflama terriblemente. Hay que amputar y pierde la pierna. Pero él sigue haciendo planes con su futura prótesis, aunque ya nunca volverá a caminar. Por más que la inercia siguiese tirando de él, por mucho ritmo que metiese a esa excursión eterna que fue su existencia, a aquel trekking hacia ninguna parte. «¡Deprisa, nos esperan!», dicen que dijo en su lecho de muerte.

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