Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma.
Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un trayecto en tres etapas a
través del paladar e impacta, en la tercera, contra los dientes. Lo. Li.
Ta.
Era Lo, Lo a secas, de mañana, con su metro cincuenta y una sola media.
Era Lola en pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores sobre la
línea punteada. Pero en mis brazos, era siempre Lolita.
¿Si tuvo una precursora? Sí, sí que la tuvo. De hecho, quizás no habría
existido Lolita para mí si yo no hubiera amado, un verano, a cierta niña
iniciática. En un principado junto al mar. ¿Que cuándo? Casi tantos
años antes de que Lolita naciera como tenía yo ese verano. Siempre se
puede esperar de un asesino una prosa elegante.
Damas y caballeros del jurado, la prueba número uno es lo que los
serafines, los malinformados e ingenuos serafines con sus nobles alas,
envidiaban. Miren esta corona de espinas.
Lolita (Vladimir Nabokov)