[Leaving Salamanca]




'Guía Campsa de cementerios' es uno de esas historias que se suben a la chepa de uno y no lo sueltan hasta pasados varios años. Ha sido una obsesión constante durante gran parte de mi vida. Y junto a ella he crecido, y he visto crecer a los míos, y bajo su peso he podido superar algunos miedos [como el miedo a la muerte de los demás], y he contraído otros nuevos [como el miedo a mi propia muerte]. Porque de lo que va esta novela [que no es una guía de camposantos real aunque algunos se empeñen en ello al leer el título] es de estar muerto.

    De sobrevivir.
   
    De vivir la propia muerte adelantándose a su llegada. De imaginar su sonrisa muerta cuando llame al timbre de mi casa [¡que llamará!] y pregunte por mí al mayordomo. Aunque bien pensado, toda gran novela trata de hacer eso, ¿no? Intenta parar a golpes el tiempo para aplazar ese momento fatal e inevitable. Detener los relojes, reventar los horarios.

    Yo he tratado de hacerlo de la única manera en que supe desde la primera frase que tenía que hacerlo: con humor. Tirando de humor negro. Puesto que la ironía y el humor lúcido es lo único que lograba que esta ficción no se me escapase constantemente de los dedos. Y espero haberme acercado, aunque solo sea un poco, a lo que aquel chaval de 17 años que era yo hace 25, tenía en mente al proponerse describir, en un relato que en principio tuvo muy pocas páginas, la enorme putada de estar muerto.

    Lo que aquel chaval aún no sabía es que escribir es una obsesión.

    O, como diría Clarice Lispector, un sufrimiento.

    Un sufrimiento que salva.

    Yo creo que el resultado es una historia decente [en el sentido de que tiene un principio, un final, etcétera, y tiene pasajes muy buenos; lo que no es poco, en estos tiempos de literatura de kleenex que corren]. Posee en algunos capítulos cierta magia especial. Su tono delirante y lúgubre, a veces anfetamínico o lisérgico, ha hecho que haya sido comparado por algunos de los que ya la han leído con el padre del periodismo gonzo, el mítico Hunter S. Thompson. Lo cual me honra y sobre todo es muy de agradecer en estos días en que el periodismo no entra, al parecer, en la cuenta de resultados de esos malditos bastardos que buscan sacar pasta hasta de las grapas de los diarios que expolian.

    El 'periodismo gonzo' que inventó Hunter S., según contaba él mismo, se basa en la idea de William Faulkner de que la mejor ficción es mucho más verdadera que cualquier tipo de periodismo. Me gustaría pensar que en el Cielo de mi novela hay mucha más verdad que en el real. Que el de esta 'Guías Campsa de cementerios' sea un Cielo gonzo.  El mismo en el que Hunter S. Thompson esté ahora a punto de brindar con nosotros con un vaso de Chivas sin hielo en la mano.

    Va por ti, Hunter. Cazador cazado que escribiste tu mejor relato minutos antes de pegarte un tiro en tu casa de Aspen (Colorado). Con una nota de suicida que titulaste 'La temporada de fútbol (americano) se ha acabado' y que decía así:

Basta de juegos. Basta de bombas. Basta de paseos. Basta de natación. 67. Son 17 años por encima de los 60. 17 más de los que necesitaba o quería. Aburrido. Siempre estoy gruñendo. Eso no es diversión, para nadie. 67. 

    Qué tipo. Lo dicho. Contar, sin miedo, el miedo a la muerte. Él lo hizo así. Hunter S. Thompson puso un punto final a la medida de su ficción. En un acto de valor o cobardía, nadie es quien para juzgar algo así. Yo lo he hecho con una historia que, como os decía al principio, me ha acompañado quizá más de lo que necesitaba. Sólo espero que ahora os acompañe a vosotros. Y las andanzas de Felipe, Parco, Magda y el pirómano depre por el Paraíso sean vuestras andanzas durante el tiempo que dure la lectura.

    Me comentaba hace un par de días al respecto un colega escritor navarro, Patxi Irurzun, uno de los nuestros cuyo último libro [un dietario] se titula 'Dios nunca reza'. Os decía que me comentaba que tras leer mi 'Guía Campsa de cementerios' ya sabe por qué Dios nunca reza.

    Dios nunca reza porque tiene Alzheimer.