Maremágnum 44 es el reverso luminoso de la Biblia ilustrada para becarios. Donde había empleados grises pululando descalzos por las alambradas de un campo de exterminio llamado ERE, hay ahora empleados grises pululando descalzos por la arena de una cala repleta de vidrios rotos. Maremágnum 44 es el Libro Rojo salido de la pesadilla de la siesta playera de un empleado gordo y gris que, durante el almuerzo, bajo la sombrilla, se pasó con las Mahou. El Libro Rojo de Mahou. De una Biblia a un Libro Rojo. Miedo me da pensar qué será lo próximo que publique. ¿Quizá una Guía Campsa? Eso estaría bien. Una Guía Campsa de cementerios. Maremágnum 44, como en su día lo fue la Biblia ilustrada para becarios, es un grito, el grito de Munch, soltado a tiempo parcial cuando un servidor de ustedes estaba tan harto de trabajar, tan desbordado, que no tuve más remedio que caer en las garras de la Poesía. La maldita Poesía. Muchos hubieran preferido que asaltase diligencias, lo sé. O que desviase comisiones de los fondos destinados a niños con discapacidad. Pero es lo que tiene. La Poesía. No permite elegir. Se trata de un círculo vicioso que obliga a sus adictos a dar vueltas a bordo de una kurda alrededor de un burdel habitado por versos, rimas, metáforas. Dicen que Flavio Briatore también cayó en sus garras. Y que al bueno de Iñaki Urdangarín, el de la 'balonmano' larga, ahora le ha dado por escribir tristísimos sonetos de amor republicano. Se habla de Aznar y de su yerno, Alejandro Agag, como amantes de la 'rosipoesía' de Cernuda. Pero no vamos a creernos todo lo que se dice por ahí, ¿no?
Maremágnum 44 es el dolor de muelas de una noche de verano sin ibuprofeno en casa. Maremágnum 44 es el último vuelo suicida de una mosca cojonera. Maremágnum 44 es la última arcada, con regusto a daiquiri, de la niña del Exorcista. Maremágnum 44 es la particular dieta Dunkan, a base de merluza congelada y capitanes de navío, que sigue la Sirenita. Maremágnum 44 es también la crónica de otro suicidio: el del surfista galés Gilbert Melrose, quien, como Jesucristo, aprendió a caminar sobre las aguas del mar Mediterráneo y se había creído inmortal hasta el día en que le dio el primer infarto. Maremágnum 44 es una ortodoncia en los dientes de la ballena gorda y gris que engulló a Pinocho, a Jonás y al capitán Ahab cierta mañana de bulimia compulsiva, aburrimiento y mar gruesa, o de mar compulsiva, aburrimiento y bulimia gruesa.
Maremágnum 44 es el tanga fucsia del padre Karras cuando éste se pasea por la piscina climatizada de un crucero por el mismo Infierno. Maremágnum 44 es un niño enfermo, de pies embarrados, que se pasea por mi alma. Maremágnum 44 es Ada, mi hija, cuando tenía seis años de edad, diciéndome que quería volver al cole porque estaba harta de nuestras vacaciones. Maremágnum 44 es Teo, mi hijo, a sus cuatro años, advirtiéndonos a todos de que las moscas, las puñeteras moscas de agosto, al contrario que nosotros, los humanos, vuelan pero no pueden bañar, ¡pobres! Maremágnum 44 soy yo, atropellado como un perro atropellado y frente al mar, acariciando el horizonte y la idea de convertirme en el Rafael Alberti del siglo que empieza y abriéndome en canal bajo el sol para escupir a las olas algunos versos descarnados, provocando así una marejadilla letal para submarinistas y buzos.
Maremágnum 44 es la historia de un exorcismo. El que tuvieron que hacerme a mí, su autor, para expulsar de mis entrañas el espíritu maligno, y embutido en un chándal de Decathlon, de Gloria Fuertes. Y así, desengloriándome fuertesanalmente, vomitando hasta el último heptasílabo, llegué hasta lo que soy hoy. Es decir, nada. Maremágnum 44 es ver al fantasma de Emily Dickinson suspirando y lamentando sus miserias por las tres esquinas de la Playa de los Muertos. Va en monoquini y arrastra cadenas para la nieve y su pareo es del color de las penas negras más negras, el fantasma de Emily Dickinson. Es el suyo un hermoso espectro. Que llora, y gime. Y vota a UPyD. Y de pronto suelta a ese trozo de mediterráneo almeriense que de noche es un espejo de estrellas pixelizadas, en su hosco inglés de Massachusetts
Oh, Mar, muéstrate propicio.
Te alcanzaré arroyos
en parajes moteados.
¡Oye, Mar, tómame!
Maremágnum 44 es un pecado capital cometido en el Puerto Hurraco de tu provinciana desmemoria. Maremágnum 44 es confiar en ver a Dios reflejado en la próxima ola, o en la siguiente, o en la siguiente, o en la siguiente, o en la siguiente, o en la siguiente, y así, aguardar desolado, hasta que el mes de julio no sea más que un olvido mantenido en otro olvido. Maremágnum 44 es una prima de riesgo. Maremágnum 44 es un yerno de riesgo, urdangarizado e infeliz. Maremágnum 44 es una bisnieta de riesgo. Maremágnum 44 es un riesgo rasgado.
Maremágnum 44 es un índice de colesterol elevado que adquiere vida propia, tose y escupe y hoy quiere confesarnos que está enamorado del envase de un bote de Danacol caducado. Maremágnum 44 es un poeta sin vacaciones de verano que llora y escribe sus versos dolientes en la arena de una nostalgia rotunda, implacable, excluyente, feroz.
En definitiva, ¿qué coño es Maremágnum 44?
Pues está muy claro. Maremágnum 44 sois vosotros.