«El que es más ciego nos guía», como anunció, en su momento y entre versos afilados, Salvador Espriú. España. Es. Pa. Ña. Ese es el nombre del monstruo que más debería acojonarnos. Mucho más, incluso, que el psychokiller más iracundo que podamos imaginar en nuestra peor noche de insomnio. De hecho, lo más monstruoso del protagonista de Espanis Sico no es su querencia para rematar a sus semejantes de una manera virulenta, sino la variada, ponzoñosa y peculiar fauna con que se topa en cuanto decide salir de su casa. El vecindario. La comunidad. Yo creo que hay mucho más terror en cualquier junta de vecinos de nuestro amado país que en Saw III. Más psicópatas sí que acuden, desde luego. Lo que ocurre es que viven solapándose unos con otros. Se encubren. Mantienen un orden natural de las cosas. Defienden sus intereses. España es un país repleto de mass murders desde antes de que Goya retratase a un par de ellos machacándose a garrotazos. El mismo Cervantes lo vislumbró, en plena Contrarreforma, y por eso en El Quijote anticipa todo lo monstruoso que estaba por llegar.
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