Ya se sabe que el ejercicio del periodismo es hoy el campo de concentración perfecto para becarios recién salidos de las facultades.
Un periodista y novelista llamado desvergonzadamente David Benedicte, que en realidad es un seudónimo pleonásmico, juntando el David bíblico de los Salmos con el Benedicte de la Vulgata latina, ha urdido un poemario sorprendente: becarios, marxistas teóricos, biblias, campos de concentración, empresas capitalistas y terminologías callejeras que se mezclan y enredan con inmensas ternuras y alguna mala leche. Y como actor-testigo, el misterioso Oskar paseando su tambor de hojalata. La combinación es explosiva y explota en poemas y dibujos de alta tensión disimulada. He aquí un poemario distinto a lo habitual. Un poemario que hubiera sido imposible si David Benedicte no fuera periodista. Es decir, si no estuviera tan bien pertrechado de sensibilidad sociopoética o como se quiera llamar a esa cualidad que redime al hombre y al poeta de cualquier egoísmo o de cualquier brutalidad.
En la eterna cantinela de la división entre textos periodísticos y textos literarios, y no digamos entre artículos de periódico y poemas, se olvida uno de los más curiosos fenómenos de la prensa española de siempre: la presencia permanente de poemas periodísticos. Digo permanente y acaso, y por desgracia, diga mal: hace unos días que ha muerto el último periodista español que cultivaba diariamente el género. Firmaba como "conde Ansúrez" en su diaria colaboración en El Norte de Castilla. Se llamaba Félix Antonio González.
Aclaremos que la expresión "poemas periodísticos" no quiere decir poemas publicados en los periódicos. Ya se sabe que un periódico lo aguanta todo, hasta la poesía. "Poemas periodísticos" significa textos periodísticos en forma de poema, tan deudores de la temporalidad de la noticia como de la eternidad de la poesía. Casi nada.
La cosa empezó en los mismos albores del periodismo, en el siglo XVIII, con la pintoresca figura del clérigo Francisco Gregorio de Salas, que puso en verso para los periódicos todo lo "ponible", es decir, todo. Ilustres literatos y periodistas del XIX, como Manuel Bretón de los Herreros o Manuel del Palacio, siguieron la broma que inundó luego el siglo XX y está difuminándose, desapareciendo en el XXI. Será por la crisis.
David Benedicte no cabe en esta nómina, porque, que yo sepa, no ha publicado versos periodísticos en los periódicos. Pertenece a una nómina nueva que todavía tiene escasos cultivadores. David Benedicte es el más reluciente, escandaloso, lúcido e inspirado. La nómina de quienes ejercen el periodismo con todas las consecuencias sin abdicar de la virtud de manejar el lenguaje con arte y de sentir y manifestar el cosquilleo inefable de la poesía ampliando sus, a veces, estrechos márgenes estéticos.
David ha escrito unos poemas que, entre el humor, la ternura, el ingenio, la pasión, la denuncia y el sarcasmo comprometen al lector de una manera insólita porque ya no basta, no, no basta recrearse en la suerte, relamerse el almíbar que destilan las bellas palabras, ni siquiera sumergirse en la sorpresa del misterio o rechazar con ira estética las salidas de tono o el arcaico prosaísmo. ¿Qué queda, pues, al lector interesado en la poesía habitual? Le queda entrar al trapo, entrar en un ámbito nuevo que abre ante sus entendederas un poeta-periodista que no renuncia a ninguno de sus atributos pero tampoco echa de menos el suplemento semanal para horadar de noticias sorprendentes y tan viejas como el mundo, es decir, jovencísimas, la mente y el corazón de los lectores. El sostenido y oscuro arpegio del becario marxista alimentado de ciruelas verdes en la huerta insoportable de cualquier campo de concentración (desde la Alemania nazi hasta la Unión Soviética) o de alguna empresa capitalista, que viene a ser lo mismo (de los USA a la UE), donde hay que unir al hambre las ganas de comer, se ve atravesado, a ráfagas, por palabras como golpes de luz del siguiente tenor:
o
Cuánta responsabilidad es estar muerto
Los poemas de David son multiuso, plurivisión y rigurosamente fieles a su título: Biblia ilustrada para becarios. Son como mínimos relatos engarzados en violencias empresariales con salidas de urgencia o de emergencia hacia el humor y la ternura. Relatos ilustrados de sombras y líneas, como la vida misma. Lo que pasa es que la vida misma es pocas veces percibida con la cruel veracidad a la que obligan la lucidez y el desgarro del observador que observa, no solo mira, todos los ombligos, empezando por el propio.
Y al final, sólo nos salva el humor.
GRACIAS, DAVID.