Así que quieres ser escritor, ¿eh?



Coincidencias. Son curiosas las coincidencias. Las casualidades. Tienen algo mágico. Tanto, que a veces nos vemos obligados a aprender, a nuestro pesar, a convivir con ellas. Con algunas no sabes si echarte a reír o a llorar. Esta misma. Una coincidencia de las que impresionan al más pintado. Hace 20 años, que se dice pronto, Bernardino M. Hernando, el mejor profesor y uno de los poetas más íntegros que he conocido nunca, me daba clases de Redacción Periodística en la Facultad. 20 años. Mal pinta la cosa cuando empieza a hacer 20 años de casi todo. Pero hay más. Allí coincidí, aparte de otros que hoy pululan por aquí, con Ana, la mujer de mi vida, la mujer a la que amo y por la que ahora mismo estoy sentado aquí mientras trato de explicar el porqué, el cuándo y el cómo del libro que presentamos hoy. Esta Biblia ilustrada para becarios.

Coincidencias. Me gustaría acertar esta noche con una definición de Poesía que valiese para todos. Como que la Poesía, la buena Poesía, consiste en levantar, con las palabras, un cúmulo de coincidencias. O que el poeta, el buen poeta, es un experto en coincidencias. Pero no me atrevo. Porque no sé, en primer lugar, lo que es la Poesía. Sé que tiene que ver con coincidencias. Como la que me llevó a toparme, hace ya algún tiempo, con un poema como este de Charles Bukowski. Se llama Así que quieres ser escritor, ¿eh?, y desde luego que a mí, el día que me encontré con él, me dio qué pensar. Dice así:

Si no brota de ti a borbotones a pesar de todo, ni lo intentes. A menos que te salga por voluntad propia del corazón y la mente y la boca y las entrañas, ni lo intentes. Si tienes que permanecer horas sentado mirando la pantalla del ordenador o encorvado sobre la máquina de escribir en busca de palabras, ni lo intentes. Si lo haces por dinero o la fama, ni lo intentes. Si lo haces porque quieres mujeres en la cama, ni lo intentes. Si tienes que sentarte y rehacerlo una y otra vez, ni lo intentes. Si quieres escribir como algún otro, olvídalo. Si tienes que esperar a que salga de ti con un rugido, entonces espera tranquilo. Si no llega a salir de ti con un rugido, dedícate a otra cosa. Si primero se lo tienes que leer a tu esposa o a tu novia o a tu novio a tus padres o quienquiera que sea, no estás preparado. No seas como tantos otros escritores, no seas como tantos miles de personas que se llaman escritores, no seas soso, aburrido y pretencioso, no te dejes consumir por el narcisismo. Las bibliotecas del mundo se han dormido de aburrimiento con los de tu calaña. No lo empeores. Ni lo intentes. A menos que te salga del alma como un cohete, a menos que creas que la inactividad te llevaría a la locura o al suicidio o al asesinato, ni lo intentes.


En mi caso, este libro, brotó a borbotones. Y lo hizo el día en que se me apareció, en plena noche, el niño de la portada del poemario. Este pequeñajo al que, no sé por qué, acabé llamando Oskar. Se me apareció así, de repente, años después de haber visto su foto, tomada en el gueto polaco de Lodz por un fotógrafo llamado Henryk Ross, en las páginas de Cultura de un periódico. Se plantó este heraldo niño, como un ángel de la muerte, en mitad de mi sueño para decirme: «Cuenta mi historia». Y yo, que estoy muy bien educado y soy incapaz de desairar a un niño, me puse a contar la historia de este pequeño Oskar, protagonista de esta curiosa biblia en la que acaba encarnando el terror de los becarios, algo parecido al Mal y al Capital que vitoreaba la Bruja Averías de nuestra infancia. Todos poemas en los que aparece Oskar se llaman Beca Guggenheim. Uno de ellos dice así:

Tendieron en su frente alambre de espino. Alambre viejo. Oxidado. Rojo oscuro. Una maraña de remiendos y envolturas y pinchos metálicos. El pequeño Oskar estaba completamente desnudo y su cuerpo rociado con el contenido de un bote de lubricante que se había derramado. Luego ya sólo hubo cansancio. Un cansancio tan grande, parecido a un pozo profundo, que los prisioneros creyeron que estaba inconsciente mientras lo percibía todo y se daba cuenta con asombrosa claridad de que se estaba muriendo. Entonces recordó cosas aquel niño becario que iba para kapo. Cosas que, posiblemente, no le habían ocurrido nunca. Nunca.

Coincidencias. Va a ser cierto, al final, eso de que el poeta es un experto en ellas. Os aseguro que fue empezar a escribir este poemario y comenzar la crisis laboral que hoy nos agobia y nos tiene a todos, sin excepción, a un paso de la cola del Inem. La buena Poesía, en mi opinión, ha de ser, o hacerse, aquí y ahora. En mi caso, yo he tratado de crear una parábola entre los campos de concentración nazis y los horrores de la precariedad laboral, los ERE y el paro actuales. Por eso se advierte en la contraportada de que esta Biblia ilustrada... hará las delicias de oficinistas, jefes de sección, secretarias, directores de recursos humanos, miembros de comités de empresa, opositores políticos, judíos, gitanos, homosexuales y prisioneros de guerra. Un gran libro para toda la familia. Y por eso hay poemas como éste: Junta de accionistas. Ahí va:

Aquí estamos otra vez ensombrecidos por la oscuridad del cielo negro de Brandeburgo. Venimos agrupados de dos en dos. La eterna pareja hombre-hombre. Surgimos de la nada que rodea las verjas de este lugar. La Muerte nos arrastra sobre la grava a docenas. O a cientos o a miles. Somos demasiado numerosos como para contarnos. Motivo por el cual atravesamos el amplio arco de entrada de esta oficina estrechamente apiñados. Como un único cuerpo que ha caído muy bajo y tristes al caminar nos consolamos.

Nuestra ansiedad ahora grita solitaria como algo que obecece y permanece callada. Nos incorporamos como asustados. Estamos muy delgados y vamos vestidos a la moda. Se nos ve tranquilos a todos se nos ve tranquilos y esa tranquilidad es lo importante. Logramos oír, afinando el oído, débiles gemidos. Qué vulnerables parecemos. Sin embargo, no sentimos dolor. No sentimos nada pese a que tenemos un motivo de queja. La melancolía. Aquí estamos otra vez, yendo y viniendo. Nos contemplamos muy despacio con cierto afán. Como si lo nuestro fuera un reencuentro al cabo de los años. ¡Continuemos con los pasos y con las palabras! Viviríamos, sí, mañana mismo, en cualquier sitio a las afueras. En cualquier sitio. Menos aquí. En Sachsenhausen.