[Poética del Bar (Muñoz)]




Pongamos que hablo de Madrid. Y de un «poeta de provincias», según su propia definición, Antonio Gamoneda [Oviedo, 1931], en el que nada es lo que parece. Leonés nacido en Asturias. Ensonotonado, pero con un oído para engarzar palabras que para sí quisiera el próximo niñato que aspire al Rimbaud resurrecto way of life. Con la modestia propia de la edad, pero con el Cervantes, medallón más notorio de las letras españolas, colgando aún sangrante de su pechera. Pongamos que ese poeta me insta a ayudarle a encontrar un sitio donde poder fumar sin censuras hoteleras mientras responde mis preguntas. Bar Muñoz. Dentro, parlotean, en la mesa de nuestro lado, cinco juanis que redecoran en rojo sangre sus labios, realquiladas en torno a un botellín de Mahou prejubilado. Estas niñas resabinadas son princesas. Y una máquina tragaperras llama a oración. Y, sobre nuestras cabezas, una tele escupe despojos de gloria marchita. Es la vida. Vida y poesía que se enredan como versos modernistas. Pongamos que entrevisto, entre dos paréntesis, al poeta. Y que en sus respuestas retumba la vida con la contundencia de un disparo.


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XL. ¿Escribirá su nieta poesía?
A.G. La poesía va a permanecer. Minoritariamente. Pero, la poesía, tanto en el terreno del lector como en el del creador, es un instinto con millones de años y por eso nunca va a desaparecer.


XL. Zapatero regala por Navidad poemarios suyos. ¿Qué le hace sentir eso?
A.G. Me satisface. Quizá porque somos del mismo pueblo, aunque él nació en Valladolid, pero fue por un empeño del padre, que era médico y quiso que José Luis Rodríguez Zapatero naciese bien atendido en Valladolid. Pero, bueno, si le interesa mi poesía por una razón afectiva y de paisajane, quiero creer que también le interesa como tal.

XL. ¿Qué es la gloria?, ¿qué es la gloria literaria?

A.G. A eso le constesto rapidísimamente. No lo sé. No tengo ninguna noción gloriosa.