San Antonio Vega, patrón de los 'yonquis'




La suite está en el séptimo piso del céntrico hotel, Madrid es un rumor, y una sirena del Samur traspasa nuestro apretón de manos como la banda sonora de un filme nada original. Saludo a un Antonio Vega [Madrid, 1957] al que encuentro `desenfocado´. Como si esto fuese una película de Woody Allen, pero no tuviera ninguna gracia. Lo entiendo. El mítico cantante de Nacha Pop perdió a su pareja hace unos meses. Su fragilidad inicial -cualquiera diría, al verlo así, roto en mil pedazos, que el músico podría derrumbarse en cualquier momento- da pie a la actitud de quien tiene las ideas muy claras. Frente a él, nada es lo que parece. La timidez, dignidad. El dolor, ironía. Y una cosa está clara: la movida madrileña fue una extraña religión, sí, pero también tuvo su profeta.
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E.S. ¿Cómo se queda uno cuando le dan por muerto?

A.V. [Sonríe] Me hizo mucha gracia porque de pronto viví momentos de absoluta irrealidad. Entonces me dije: «¡Coño!, ¿será verdad? ¿Será verdad y de pronto estoy aquí como en las películas esas en las que uno está muerto pero no lo sabe?». Corrí enseguida a tocar las cosas de mi alrededor para cerciorarme de que estaba vivo. Luego, en definitiva, es algo un poco triste. Dices: «Joder, y en el caso de que estuviera muerto, ¿qué pasa? ¿Vais a utilizarlo como arma arrojadiza?». Sería el colmo que a uno le reprocharan haberse muerto. Pero lo peor de todo es que algunos lo convirtiesen en una estrategia de marketing. Pobre gente la que juega a eso. No me gustaría ser ese vivo. Preferiría ser este muerto que ese vivo. Les venía bien que en aquel momento estuviese muerto para dar salida a un proyecto de mercado. Pero la vida coloca a cada uno donde le corresponde. No me he preocupado por vengarme. Bastante tienen con lo que tienen.