Sale del armario ropero don Carnal con traje de luces y convierte el ruedo ibérico en la ampliación de un campo de batalla. O sea, en los despojos de un botellón paramilitar, anfetamínico, ubérrimo. Danza el Rey Momo al ritmo sincopado del karaoke extremo que escupen los televisores y explota sin motivo alguno el Ayuntamiento de Nerja. No hay que lamentar daños colaterales, según informa un ministro perspicaz. Mastica pastis de clembuterol el becerro de oro, ido, pirado como una cabra, mientras adora al hijo del Fary tocado con peluca afroampurdanesa igualita, igualita que la de Nina, fräulein mediática, amén. Más de medio millón de feos, según asegura el archivo de la pasma neoyorquina, ha atracado bancos con caretas de Richard Nixon. Eso aquí no pasa. Ni por Carnaval. Somos gente seria, gente guapa. Por algo abandona la UCI el obispo leproso y se pasea por Chiclana lanzando a grito pelado cuatro orapronobis, tres soyunarrumbeeeera, y en este plan.
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